Como en las restantes instituciones de la Corona, la Academia no incluía en su número a americanos ni tomaba en consideración los procesos que la lengua experimentaba en contacto con la diversidad lingüística de las tierras conquistadas. De ese modo, los estudiosos americanos de la lengua debieron llevar a cabo su tarea fuera de ella y, a veces, en franca oposición.
En 1823 vio la luz un escrito del venezolano Andrés Bello y el colombiano Juan García del Río, titulado Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar la ortografía en América, publicado en Londres. A pesar de que Bello reconocía el buen trabajo de la Academia al ordenar y simplificar la grafía de la lengua, consideraba que las limitaciones etimológicas que ella misma se imponía provocaban efectos desastrosos en la enseñanza en ambas orillas del Atlántico. La tesis de Bello se apoyaba en que el empleo de la etimología como criterio lingüístico era ocioso, pues en nada se vinculan la lectura y en general el uso de la lengua con su conocimiento histórico, y, en vista de los problemas que producía, contrario al uso racional.
Bello promovía una simplificación en dos etapas, para evitar los problemas de choque con los que se habían enfrentado Bartolomé Jiménez Patón y Gonzalo Correas, y una redistribución del silabario en atención a la realidad del uso lingüístico. Propuso eliminar la ambigua c y la h muda, asignar a g e y sólo uno de sus valores, escribir siempre rr para representar la consonante vibrante y dedicar un cuerpo de estudiosos a resolver sobre el terreno la diferencia entre b y v (betacismo).
Veinte años más tarde, durante su exilio en Chile, Domingo Faustino Sarmiento formuló una propuesta no muy distinta. A diferencia de Bello, Sarmiento prefería conservar la c en lugar de la k y prescindir de la v, lax y la z.
Aunque las propuestas de Bello y Sarmiento no se plasmaron totalmente, aspectos de ambas se adoptaron en una propuesta hecha por la Facultad de Humanidades de la Universidad de Chile al gobierno de este país, que finalmente se adoptó allí, en Argentina, Colombia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela. Asimismo, la influencia de Bello se había visto en la propuesta de la Academia Literaria y Científica de Profesores de Instrucción Primaria de Madrid, que el año anterior había adoptado muchos de sus principios. Sin embargo, Isabel II puso fin a este proyecto el 25 de abril de 1844 al imponer, por decreto real, el acatamiento a la Academia a través del Prontuario de ortografía de la lengua castellana, dispuesto por real orden para el uso de las escuelas públicas, por la real Academia española, con arreglo al sistema adoptado en la novena edición de su Diccionario .
La diferencia en usos duró hasta 1927, cuando Chile, el último país en sostener la ortografía de Bello, vigente por más de ochenta años allí, promulgó el 6 de agosto de ese año, la restitución de las normas académicas de la RAE en la enseñanza y documentos oficiales a partir del 12 de octubre de 1927
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